Anochecer a las Puertas del Amanecer



  La luz, ese mar ardiente que seca el mundo ajeno a ti, se retira, dejando tras de sí ese largo capote denso y lastimero que llamamos crepúsculo; ese crespón de lágrimas y abrazos que incorrupto o indolente abre paso a un dominio que no es ni del día ni de la noche. Ni de las luces ni de las sombras, porque una luz inefable inunda la hondonada con un profundo suspiro, pero no proyecta sombra alguna porque todo el reino de lo real se ha inundado de esa sustancia fría y húmeda... Y de pronto, con un sobresalto, reconoces que sólo resta oscuridad, que una nueva era te ha sorprendido, desnudo y agotado, preguntándote aún si es de día, si es de noche, si estás solo, si amanecerá alguna vez. Pero las respuestas llegan, tardan más de lo que ha tardado la noche en sorprenderte, pero llegan.
  Siempre amanece, siempre anochece, nunca es amanecer, nunca es ocaso, nunca estás solo, nunca.
  Y lo sabes porque sería una afronta a la lógica decir todo lo contrario. Bueno, tal vez no lo sería el decir que mañana no amanecerá, en comparación con esa inextricable sensación de que, ante todo y sobre todo después de todo, oh, nunca, nunca estás solo...


Comentarios

Entradas populares