Llueve...



  Por una vez no quiero que llueva. Por una vez quiero que pare de llover. Que asole esta ciudad el sol con sus llamaradas, como queman y cuartean la pintura los rayos y la arrancan de los muros de piedra, la madera gris y el hierro viejo.
  Que borren mi memoria como el calor borra la candidez de los sepulcros, como la luz cauteriza y dispersa las historias dibujadas milenios ha. Igual de lejana quiero sentir mi memoria, ajada como la rueda de un carro, cuarteada como un lienzo, desgastada como un pergamino. Que me queme el sol, que pula mis huesos viejos, arranque de mí hasta el último jirón de congoja.
  Que sequen mi hiel, mi rabia. Quiero libar al gran Páramo toda mi cólera, toda mi angustia. Porque lo que a mí me anega y encharca, el Páramo deseca, reseca, consume y dispersa. Que se consuma todo, desaparezca por entre las grietas, fluya hasta el horizonte.
  Y que lo que quede sea yo, sin más adornos ni artificios, sin más mentiras ni debilidades. Que lo que quede sea yo y nada más ni nadie más.

  Pero... nunca llueve a gusto de todos.

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