Canto - IV

  -El otro día casi lloro por eso mismo.
  -¿A qué te refieres?
  -Nah, no sé... era por una carta. Una carta que me dejó bajo la almohada la noche antes de irme. Me lo dijo luego, no me di cuenta en su momento así que allí se quedó.
  -¿No te la dio ni nada?
  -No, ni me dijo qué decía. Así que bueno, se ha perdido, como quien dice. Para mí se ha perdido completamente.
  -Ah, va...
  -Pues eso, entropía. Es lo mismo que lo que he dicho de una gota de tinta en un vaso de agua. O con lo que cae en un agujero negro. Hay información que se pierde para siempre, por lo menos para nosotros.
  -Pero siempre quedarán cosas, algo, que almacene...
  -No. De ahí mi otro miedo, el del vacío. El vacío crece y crece, la temperatura del universo baja y baja. Todo tiende a desintegrarse, a ceder, a alcanzar una energía mínima. Al final quizá todo sea polvo esparcido infinitamente en el vacío.
  -No me hables de eso tío, en serio, es lo único a lo que tengo miedo. Prefiero pensar que es algo tan lejano que no me tengo que preocupar por eso.
  -Ahí tienes razón, es demasiado, demasiado lejano. Por ejemplo los agujeros negros se evaporan, pero muy, muy despacio. Cualquiera de los que existen ahora tardará muchas veces la edad del universo en evaporarse. Hasta los mismos protones podrían desintegrarse, no se sabe, quizá tenga que pasar una cantidad absurda ya de tiempo. Para mí es casi lo mismo, todo eso lleva a ser el mismo miedo, el de la inmensidad, vacío, frío. Como los océanos; la profundidad de los abismos y la sensación de estar cayendo siempre, siempre. Es algo que no me quito de la cabeza cuando... bueno, cuando estoy deprimido o cuando no puedo dormir y me aburro mucho.
  Rompieron en carcajadas y volvieron a pedir un par de jarras de cerveza. La noche aún se antojaba larga y fría.

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