De Dragones y Mazmorras...

  A veces resulta que sí es como en las películas. Bueno, no exactamente...
  Sobrevivir a una relación es una trilogía, qué digo, una heptalogía de cruentas aventuras. Por el honor del caballero, por la belleza y genio de la dama... se sacrifican legiones de valerosos guerreros, se masacran hordas de horrendos enemigos. Se asesinan emperadores, se fundan naciones. El héroe monta su blanco corcel y dirige la punta de acero de su lanza a la barriga de algún sanguinario dragón de humeantes fauces. La relumbrante espada nominada hiende las tripas del orco; los pesados pasos se adentran en el desierto ignoto que precede el hallazgo de la reliquia que salvará a esa persona por la que sangran todas las heridas...
  Sólo que todas estas bestias aúllan en nuestro interior. Todas estas luchas se libran en el silencio de la duda, en el fragor de las discusiones o en prácticamente cualquier momento poco apropiado para ponerse a pensar en ello. Desde el rencor y la duda hasta la pasión y la vergüenza, pasando por el temor y el reproche, ni una sola de las miles de sagas que el hombre ha escrito pueden esbozar siquiera el tumultuoso sangrar continuo que todo esto supone.
  Un sacrificio del yo al templo del tú y la consecuente petición tácita, discorde y justa. Toda relación de causalidad puede romperse, toda lógica puede desmoronarse, toda conversación, amargarse; cada sentimiento, distorsionarse de la forma más insospechada y frustrante. Los silencios pueden volverse gritos y viceversa, los reproches y los deseos y los sacrificios se entremezclan de la forma más cruel...
  No hay Tribunal de los Derechos Humanos con jurisdicción sobre esta guerra de la locura.
  No hay alma sobre la tierra, ni la habrá, que sea capaz de hacer descripción certera de por qué, pese a todo esto, esta masacre infinita resulta ser la creación más bella de la psique humana. Y presumiblemente lo será mientras el hombre sea hombre.

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