El Páramo -I-

Los pasos se alejaban. Las últimas sombras precedieron al silencio, un silencio roto a medias por la música lejana. Apoyó la cabeza en las manos, sobre la mesa, cerró los ojos y esperó. El agua caía, copiosa, y formaba una cortina densa hasta el suelo. Apartó las manos de la cara. "Todos esos momentos se perderán, como lágrimas en la lluvia...". Suspiró. Cortó el agua y salió de la ducha. Afuera, en la habitación, la luz destellaba a través de todo el juego de superficies pálidas, vidriosas y translúcidas. Mientras se secaba, sintió en la nuca el frío; no el frío de la habitación o el que dejaba el agua al evaporarse, era un frío atenazador, profundo, tan solo un roce de metal en el corazón. Ante él, la yerma extensión de tierra palidecía bajo el sol blanco y las lentas nubes cristalinas. El viento, lento y áspero, arrastraba lejana música, un concierto de lastimosos alaridos. La imagen de las uñas atravesando la carne y la cerámica, de dos ojos sobre dos palmas abiertas manchadas de sangre, desapareció. Ahora sentía sólo aquel escenario desolado, aquella región de corta hierba muerta y tenues curvas. Únicamente él y el páramo. El páramo y él.

Comentarios

Entradas populares