El Páramo -II-

Sed. Sintió una súbita sed que parecía tanto más aguda en cuanto sabía que tenía agua cerca. Desde luego que quería agua. Bebió con toda la naturalidad, no hacía tanto tiempo que no bebía agua, o tal vez sí, no importaba. ¿Tenía algún sentido todo esto? Debía encontrárselo él mismo, no tenía sentido que nadie más lo intentara. De hecho, pensó, nadie más podría siquiera intentar comprenderlo, entenderlo o aceptarlo. Nadie más. Estaba, sencillamente, solo en esto. Vio sobre él la columna de agua negra y, sobre ella, la inabarcable negrura que se encoge entre los astros. Apartó la mirada de esa imagen y esperó, siguió y siguió esperando. Tenía que pasar algo, seguramente, probablemente, posiblemente. Cuanto más quería que pasase algo, más seguro estaba de que nada en absoluto ocurriría. Debía acabar con esto. Lo sabía porque ahora llegaba, en lentas oleadas, como la subida de la marea, el dolor. Un dolor menos intenso pero que llegaba más adentro, que amenazaba con pudrirle el corazón y las entrañas con su odio y su ira y su locura. Echó una ojeada más a las llanuras llameantes de soledad blanca. Debía irse. Tenía que irse si es que seguía deseando algún tipo de final satisfactorio.

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