Canto de Prometeo [Secunda] - XIV

    -El tiempo lo cura todo... Nunca me ha gustado esa frase. Qué gran mentira.
    No sabía qué decir. Suponía que le sería complicado decir nada, así que continuó tranquilamente.
    -La interpretación correcta es que tenemos tiempo para curarlo todo. Y, si lo conseguimos, cualquiera diría que era cuestión de tiempo. No hay decisión, no hay esfuerzo. La única decisión es dejar que todo pase, el único esfuerzo es no oponerse. Pues, joder, ojalá fuese así.
    -Lo siento -se disculpó-. Joder, no quería que te lo tomases tan mal.
    -Tranquilo, Luis, no te preocupes. No tengo un buen día, supongo -entrecerró los ojos un momento-. Mira, ahí hay una mesa libre.
    Un día gris. Nubes que eran jirones de materia oscura, o eso le parecía. Viento frío que le traía el olor de la humedad. Cruzaron la avenida y se sentaron a la mesa para desayunar algo.
    -He tenido tiempo para pensar, desde luego.
    -Te escucho.
    -Aún no he sacado nada en claro. Ya no tengo la sensación de que vaya a aparecer en cualquier momento, a la vuelta de la esquina cargada de bolsas de la compra, o en el salón sonriendo desde detrás de un libro -en ese momento, sintió curioso que le doliera más recurrir al estilo literario que imaginarla, realmente ella, en esas situaciones.
    Silencio. Nunca había sentido un silencio incómodo con Luis. Cada minuto era una especie de aprendizaje, de compenetración no forzada. Se acomodó en la silla de madera, terminó el café y observó a la gente subir y bajar las aceras grises.

    Al principio, había estado buscando un lugar en que retirarse a pensar para dejar de pensar. Concentrado en cuestiones muy concretas e intrascendentes, entre estantes y columnas y lámparas dejaba de recorrer los "senderos tortuosos". La biblioteca tenía tres niveles, prácticamente iguales. Se encontraba en el segundo, por la curiosa circunstancia de que los estudiantes preferían el primer y tercer piso. Las columnas, las estanterías cuajadas de libros, las larguísimas cortinas que no ocultaban ya el cielo tormentoso, todo era verticalidad. En aquel lugar lo olvidaba todo y podía concentrar sus fuerzas en resolver cuestiones técnicas y ampliar conocimientos. Dibujaba, también. Pasaba casi una hora al día llenando folios de dibujos al azar, trazos caóticos u objetos que le habían llamado la atención.
    Un día, se descubrió desarrollando "el problema" sobre una de las mesas de la biblioteca. Ya no eran dos folios, por supuesto. Asumió que algo podía hacerse para allanar un poco el camino en la búsqueda de algún tipo de solución, así que a los dos folios se fueron añadiendo más hasta conformar un pequeño taco medio centenar.

    Sentados en un banco de piedra maciza en un parque de árboles viejos y abigarrados, haciendo tiempo, poniéndose el día mutuamente y contemplando a los pájaros hacer en el suelo y en las ramas su propia vida independiente de las guerras y de los líderes mundiales y de la inútil filosofía humana.
    -¿A qué te refieres?
    -Pues eso, que si estás bien -insistió Sonia.
    -Sí, ¿por qué? -preguntó, sonriendo.
    Un breve silencio, que se hizo incómodo tan pronto como él se dio cuenta de lo que pasaba.
    -Me alegro, me alegro mucho, de verdad. Si estás bien, eso es lo que importa, ¿no? El que estés seguro...
    -Sí, créeme, estoy bien.
    Siguieron hablando hasta que los demás se unieron y decidieron encerrarse en algún sitio.

    Fue en el preciso momento en que colgaba la chaqueta en el perchero y no antes o después cuando consiguió asumir que era cuando le preguntaban sobre ella cuando más le dolía su ausencia. Entretanto, su vida cotidiana iba adquiriendo más y más significado. La lista de la compra, el hacer la cama, cenar, eran ahora actos despojados del perfume de Clío o del nihilismo del que pierde sus enlaces con la vida real. Suspiró y decidió salir de viaje en cuanto se le ofreciera la oportunidad para celebrar en silencio aquel logro. Dedicó unos segundos a considerar el problema, al que últimamente le había dedicado tantas horas. De repente, lo consideró un pasatiempo árido y absurdo, por lo que no volvió a pensar en aquel taco de folios hasta varios meses después de volver del viaje.

Comentarios

  1. El tiempo sólo deforma el filo del dolor, hasta que en vez de cortar, desgarra.

    Ese último párrafo es una genial oda al orgasmo cósmico, tío.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Sin comentarios, no sabré si lo has leído o no.
Igualmente, no sabré si te ha gustado o no.
Si te ha gustado y quieres más como esto, comenta en tal sentido.
Si te provoca ganas de vomitar y no quieres ver más como esto, ¡comenta en tal sentido!
Así que ya sabes, alza tu alarido:

Entradas populares