El Páramo -IV-

    De nuevo las mismas calles, la misma contaminación, la misma febril decadencia; de nuevo el dolor. Las calles duelen, los escaparates duelen, las miradas y el aire viciado. Recuerdos que no causan dolor, sino que son causa, efecto y consecuencia. Recuerdos que son dolor en sí mismos, en su esencia, en su irrespirable miasma.
    Ahora es lo mismo el todo que la nada, se tocan, se acoplan, se amasan el uno al otro. El acompasado respirar de un mar calmado, en el seno del refugio umbrío de una tetería malsana. El todo hecho carne en esa respiración, hecho sustancia en la mirada oscura y anhelante, en el futuro irremediable y absoluto. Lo era todo, ahora es nada.
    El incoherente y convulsionado sentir, el vacío cáustico que queda al arrancarlo todo, deja suficiente espacio al odio para crecer como las flores malsanas. Este vacío maldito que se extiende hasta donde llega la vista, con todo su caos y toda su infinita oscuridad.
    Ahora es cuando aprendo a disfrutar el día, porque más allá del día queda lo que siempre ha quedado, lo que siempre quedará. Más allá de todos los esquemas, más allá de todas las esperanzas, cubriendo la vasta región que va desde ella hasta el amanecer decrépito se extiende el todopoderoso Páramo.

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