Canto de Prometeo [Secunda] - XVI

    Abrió los ojos. La poca luz que entraba de fuera le descubría las acostumbradas siluetas de las cosas. Por un momento, pensó que estaba más habituado a ver esa habitación a altas horas de la noche, a oscuras, que en pleno día. Siempre desde la cama, siempre después de soñar con ella, se detenía a mirar cada objeto que aún podía distinguirse. Uno le atrajo sobre todos los que veía. El cuadro. No era realmente un cuadro, no estaba hecho sobre lienzo ni con pinturas, pero para él siempre sería 'El cuadro'. Sobre poco más que una hoja grande, con lápices de diferente dureza, Clío había dibujado un árbol agarrotado, de ramas encrespadas y rebosantes de dinamismo.

    -¿Qué significa para ti?
    -La vida, supongo. El árbol de la vida, sí.
    Ella asintió en silencio y siguió añadiendo sombras alargadas y espesas, anchas y brumosas, en los recovecos del tronco y las laberínticas raíces.
    -Pero lo que importa es lo que signifique para ti, ¿no? -inquirió él.
    -Es la evolución -contestó después de un nuevo silencio-. La superación, el aprendizaje. La aceptación, tal vez. La curación, quizás.
    -Entiendo.
    -No, cariño, no lo entiendes. Por eso sí que me importa lo que signifique para ti -contestó ella inmediatamente, mirándolo a los ojos-. Porque espero que jamás llegues a comprender lo que significa para mí, por tu bien.
    Pese al extraño momento de la mañana, el resto del día evolucionó de forma normal, con las mismas risas y charlas y acciones que cada día, los mismos sueños, las mismas pesadillas.

   Notó el corazón a la altura de la garganta, una sacudida bestial le hizo crujir la espalda. Por un solo segundo, supuso que era un efecto óptico. Frente al cuadro, el inconfundible cuerpo de Clío, la misma piel, el mismo camisón, la misma cicatriz. La mirada puesta sobre el árbol y después sobre su rostro.
    -¿Lo entiendes ahora? -preguntó ella.
    Intentó moverse, intentó hablar, pero apenas podía respirar, apenas consiguió reunir la fuerza para incorporarse y buscarle una explicación racional a aquella alucinación.
    -Esto es lo que veo allí.
    Sus ojos negros, vidriosos, su melena negra. Era ella, indudablemente.
    -¿Dónde? -consiguió articular en un gemido ronco.
    -Al final del páramo -contestó ella, que se volvió y se acercó con pasos extremadamente lentos y meditados al escritorio. Alzó una mano hacia el ordenado montón de folios. El problema.
    -Éste es tu árbol, cariño -fijó su mirada cálida en él de nuevo-. Yo terminé mi árbol, pero nunca pude verlo. Tal vez contigo sea diferente -esbozó una leve sonrisa-. Termínalo.

Comentarios

  1. Oh dios, oh joder. Clio me da un poco de miedo ahora, parece tener una especie de pasado oculto inconfesable o una psicosis bien arraigada en su cerebro.

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  2. Me gusta mucho este Canto de Prometeo.

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