Canto de Prometeo [Secunda] - XIX

    Reía y lloraba como un colegial. Luis le dio un fuerte abrazo y Alberto le apretó el hombro con una gran sonrisa en el rostro. No había sido un éxito. Había sido el inicio de una revolución. Pronto podría reinar un nuevo paradigma bajo el cual la humanidad no sería ni por asomo la que había sido hasta entonces. Apenas comenzaba a abrirse ante él el abanico de posibilidades que aquello proporcionaba. Prácticamente todas terriblemente positivas. Una verdadera revolución, tan significativa o más que la revolución industrial, el descubrimiento del fuego o la invención de la polvora. Al menos a efectos prácticos. Y aun así, reunidos sólo los tres en su pequeño piso, celebrándolo tan discretamente, sabiendo seguro el prototipo en la habitación contigua y conociendo la lealtad y la ignorancia de los miembros del equipo desarrollador, existía la oportunidad de dar a conocer el proyecto al mismísimo día siguiente a la luz de la civilización. Habían convenido, sin embargo, hacerlo cinco días después, llegado el lunes.
    Sin embargo, cuando faltaban aún cuatro días, él comenzó a ver esa discreción e ignorancia como la oportunidad de hacer un sacrificio en el templo del caos, la malevolencia y el desprecio. Dudaba que pudiera pasar, pero la posibilidad le torturaba. Pensó en dejar un diario escrito en lugar seguro, subir todos los ficheros a Internet o incluso filtrar la noticia antes de que la traición ensombreciera el descubrimiento. Se había equivocado, en parte, respecto a estas dudas.

    -Es sólo cuestión de tiempo -susurró con la voz áspera y sibilante que ahora había empezado a odiar-. Es sólo cuestión de tiempo -se repitió, ahogando un gemido al levantarse del sillón y acercarse al sobre abierto. Lo metió en un cubo metálico y le prendió fuego. Con el rancio olor a humo de los resultados de los análisis en llamas, le llegó una nítida imagen mental de la podredumbre extendiéndose por su interior, tendiendo tentáculos a lo largo y ancho de su cuerpo en agonía continua.
    Faltaban tres días.
    No se molestó en bajar las persianas, apagar la luz del baño o hacer la cama. Luis consiguió encontrar la llave que le había dado para casos de emergencia. Su sorpresa dio paso a la frustración, la preocupación y la rabia cuando comprobó que el prototipo había desaparecido. Nadie echó en falta, en cambio, el dibujo a lápiz de un árbol viejo y retorcido.

Comentarios

  1. Puf Rafa, sólo puedo decir que sigas, que la cosa se está poniendo jodidamente interesante.

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