Canto de Prometeo [Secunda] - XX

Fin del Capítulo 2

    En su mente, sonaba The End, de The Doors, mientras un autobús procedente de Madrid llegaba a la estación. 'Muerte desde la carretera', creyó haber leído en un costado del mastodonte. Apocalipse Now fue una gran película, es una gran película, será un gran película, fue lo siguiente que pensó. Recorrió mentalmente las más memorables escenas hasta que un gesto del joven le hizo levantarse. Cogió el café y la tostada y se volvió a sentar a la mesa. Miró a su alrededor. Estaba solo. Al menos, a efectos prácticos. Sonrió y empezó a sorber el ardiente brebaje. Una pareja de ancianos al fondo, tres jóvenes y otro anciano dispersos por el resto de la cafetería y él mismo. Ocho balas para ocho cráneos, si a alguien le interesara perpetrar un acto terrorista en aquel momento. A esas horas de la mañana no había terorrismo, terminó asegurándose a sí mismo. Había desayunado allí en cuanto llegó el autobús, de madrugada. No se reprimió, pues, el desayunar allí la mañana siguiente. Le gustaba aquel lugar. La forma en que las columnas se elevaban, las cristaleras que permitían ver la entrada y salida de los autobuses y una porción cada vez más clara de cielo, todo le parecía elegante. Elegante... Cada día tenía en mente una definición diferente de elegante... La tos le arrebató toda posibilidad de seguir disfrutando del juego de luces y sensaciones que le ofrecía esa vulgar cafetería de estación de autobuses. Las mismas palabras volvieron a resonar en su cabeza, y el tiempo, el tiempo, el tiempo, el tiempo, se acababa.
    Era un buen lugar, pero debía irse de allí si quería avanzar. En esa ciudad había aprendido a crecer. En el día que había permanecido allí varias ideas dieron a luz en su cabeza, pero nada merecedor de la tarea que estaba llevando a cabo.
    En cuanto terminó de desayunar compró otro billete. Volvió al hotel para recoger sus maletas y se subió al autobús casi veinte minutos antes de que saliera.
    La cuestión era muy simple. Tenía en sus manos un descubrimiento, un invento, un artefacto, que fuera de toda duda arrancaría a la Humanidad de la miseria en que se encontraba sumida. Luis y él habían sido pesimistas respecto a la máquina. Ahora bien, en su interior, más en forma de creencia religiosa o presentimiento ciego que simple duda, él sabía o creía saber que la Humanidad no merecía ese regalo. Tenía poco tiempo para decidir si destruir el artefacto y todos los discos duros o dejarlos ante la puerta de la ONU y llamar al timbre.

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