Canto de Prometeo - II

    Le llegaron primero, con una milésima de segundo como diferencia, las sensaciones. Ilusión, anhelo,  esperanza, deseo. Después, los recuerdos volvieron a fluir dolorosa y suavemente.
     A los pocos días ya se había forjado una rutina inamovible que tardó poco en hacerle perder la cuenta del paso de los días. La sensación de extrañeza y una cálida soledad se sustituyeron progresivamente por un gran entramado de relaciones curiosas y una comodidad creciente. De cada una de las personas con las que cruzaba unas palabras, aprendía rápidamente todo lo que podía. Había conocido ya a la mitad de los residentes cuando, como era costumbre en él, comenzó a cerrar su propio círculo de poderosa influencia en una docena de personas y finalmente a apenas media docena. De cada día podía exprimir una fracción de ese reservorio de ideas y opiniones que suponía el verdadero espíritu universitario. De cada conversación, desde la más trivial hasta la más profunda, sonscaba información de sus compañeros que, sabía, ni siquiera sus familiares podrían imaginar.
    La residencia le otorgaba la posibilidad de encontrar fácilmente la compañía de cualquiera, tanto como le brindaba la oportunidad de guardarse su propio tiempo, su 'retiro espiritual'. Aprovechaba los momentos de soledad, durante el desayuno cuando, solo, acudía a destrozarse el estómago con el café de torrefacto (radiactivo, lo llamaban algunos) que se servía él mismo. Con la misma intensidad disfrutaba con puras carcajadas las horas de compañía, las de estudio y las de clase.
    A las pocas semanas, la rutina que le afianzó a la residencia dio paso a lo que gustaba en llamar su nuevo modo de vida, o la vida bohemia universitaria. En sus salidas a las zonas más bohemias de la ciudad, se encontraba con compañeros con los que daba rienda suelta a unas conversaciones que no conocían límites en su temática ni extensión. Conociendo cada día mejor la animada ciudad, las diferencias entre los distintos barrios, la forma de pensar de sus habitantes, los mejores 'centros de aprovisionamiento' y anotando mentalmente los mejores pubs y cafés, empezó a caer en la cuenta del sutil cambio que se había producido en las relaciones con algunos de sus compañeros. Ya no tenía sentido pensar en ellos como compañeros, colegas o tíos o 'residentes fantasma'. Algunos de ellos, simplemente, habían pasado a ser amigos. Y no cualquier género de amigos, intuía.
    A partir de ese punto, previó cómo seguiría el resto del curso, cómo la desgana y la apatía se turnarían con el ánimo y la actividad cíclicamente mientras la firme sensación de futura añoranza crecía respecto a los que se irían y jamás volverían. Previó eso y también previó los suspensos y los aprobados que efectivamente llegaron. Pero en sus previsiones no aparecía ella.

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