A la Luz de las Sombras - [Leda] - II

    El estridente tañir de campana que indicaba el cambio de guardia calló. Pausadamente, los centinelas recién levantados relevaron a sus compañeros mientras el sol abandonaba sus tonos rojas y se adentraba en el firmamento. En silencio, Leda y yo recorríamos la larga muralla, resguardados del viento fresco por las gruesas almenas. Las preguntas ardían en mi interior pero, tal vez por ser demasiadas, no pronuncié palabra. Seguimos avanzando, siguiendo la sinuosa línea del recinto hasta alejarnos de las miradas de los guardias. Paramos y subimos a una reducida terraza apuntalada al muro, desde donde se dominaba todo el levante, desde el agudo recodo del río, allá abajo, hasta las cumbres blancas del horizonte.
    -Quieres saber cómo lo he hecho, supongo -inquirió ella, con los ojos entornados fijos en el rubí encarnado que era el sol.
    Recordé la visión de sus colmillos antinaturales, su piel pálida, casi gris, intacta bajo la luz solar.
    -No, no es de eso de lo que quiero hablar -contesté, en parte mintiendo y en parte sinceramente.
    -¿Cómo es que te conozco? -asentí con la cabeza-. Sería imposible para mí no conocer tu existencia. No creo... -dudó un instante-. No creo que puedas comprenderlo ahora.
    -¿Has venido aquí por mí?
    -No, más bien has venido tú por mí -con un gesto me impidió que replicara-. Crees que no es así, pero piensa de nuevo en lo que te ha traído aquí. Llevabas mucho tiempo queriendo salir de aquella tierra cada día más gris, cada día más sucia pero, ¿qué guió tus pasos hasta esta ciudad?
    -Sentí...
    -Deja que te recuerde. Querías ir a Drieder, por lo que esa ciudad podría enseñarte. Querías expandir tu conocimiento y te convenciste de que Drieder te otorgaría secretos que ningún otro lugar parecido podría. Pero al final decidiste escuchar a Karl, ¿por qué?
    Me sentí, de pronto, profundamente herido. Como si un hechizo acabara de quebrarse, desapareció por completo el sentimiento que me había llevado hasta allí, miré a mi alrededor y las colinas verdes, las montañas grises, los tejados de pizarra me parecieron extraños, y los odié. Comenzaba a comprender que habían entrado en mi mente y obligado a acudir a aquel lugar en contra de mi voluntad. Un odio hacia aquella mujer comenzó a llamear con fuerza. Recordé lo que había leído acerca de Drieder, sus promesas de conocimientos prohibidos y tecnologías olvidadas por el resto de desinteresados mortales.
    -Consideraste, al fin, que Amaurota tenía algo que no podrías encontrar en Drieder. No sabías a ciencia cierta qué era pero estabas y estás seguro de que esto hace, precisamente, que Amaurota sea aún más preferible.
    -¿Has sido tú?
    Ella sonrió, exponiendo sus colmillos a la mañana fría.
    No lo pensé dos veces, tal vez ninguna. Me abalancé sobre ella, con la intención de tirarla al suelo y dañarla de algún modo. Fui a dar contra una almena, donde una mano de hielo incrustó mi rostro, haciendo crujir varios huesos.
    -Sí, he sido yo -fue lo último que oí.

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