Gebrechlichkeit I

Amanece. Con las gafas puestas y buena compañía, salgo del bloque. '¿Qué quiereh?' Media, sola. Dos vasos. En uno, café y leche caliente. Dos servilletas. Dos magdalenas. Un sobre de azúcar. Tomate para la tostada. Termino de desayunar, guardo una magdalena o dos con la servilleta. Vuelvo a la habitación. Pinkfloyd. O Coldplay. Las últimas semanas, Burzum. Amanecía con Gebrechlichkeit. Y es curioso, no deja de ser irónico, porque Gebrechlichkeit significa Decrepitud. Y con ese hálito frío el sol blanquecino me recibía cada mañana. Es la hora de dormir. ¿Comer? Los últimos días ni se me pasa por la cabeza la idea de darme prisa para llegar a comer. Ya comeré algo. O no. Hace calor. Ventana abierta y persiana bajada. Una cortina tachonada de pilot y de sombras juguetea con la poca luz que atraviesa las rendijas de la persiana. Fuera, en el pasillo, ruido, puertas, conversaciones, día tras día tras día. Cuando salgo, en un instante me siento inmerso en el abrazo cálido de tanta palabra, de tanta risa, de tanta complicidad... Cuando no salgo, las sombras de los rincones atenazan mi voluntad de hacer algo. No solo no me muevo de la cama. No puedo ni quiero hacerlo. 'Lonesome town' es una buena canción, pero me recuerda demasiado. Demasiado. Es mejor 'Is there anybody out there?', muchísimo mejor. Una y otra vez, una y otra vez, Pink intenta alzar su voz por encima del gélido aire que rodea las alturas de su muro. Si hay una respuesta, no llega. ¿Y de cenar? Ramen. O arroz. La variable es el atún y las salchichas y el queso. Tal vez haya alguna magdalena y, con suerte, una manzana. El teléfono en un rincón, acumulando posibilidades como las palabras se acumulan en la boca de un moribundo. O, más aún, en la del que le asiste en sus silenciosas últimas horas. 4312, 5205, 5206, 4302, 4202, 4410, 2407. Me equivoqué. Me equivoqué en muchas cosas, perdí muchísimas cosas. Pero tenía la esperanza de no errar en esto y de no perderlo. Era algo muy sencillo, pero muy determinante. Un palestino, que me regaló una mañana mientras bajábamos al instituto. Una mañana fría, como ha de ser. Y me lo regaló. Durante semanas olía a ella. Durante semanas ERA de ella aun en mi cuello. El otro palestino. El que me regaló en la plaza de la Constitución. El que hacía de bulto en mis manos mientras ella se alejaba de mí con doloridos pasos y hablaba con Jonathan. Y el manantial de recuerdos que asocia a ese palestino. Cómo lloró ella cuando me lo dijo. Cómo lloré yo poco después. La amarga noche. La amarga mañana. La amarga tarde. Esa vez sí lloré. La siguiente, no. O al menos tardé bastante más en hacerlo, porque tardé bastante más en asimilarlo o, tal vez, porque mi subconsciente sabía que aún no me había hecho todo lo que me tenía que hacer. El reloj. El reloj de bolsillo de Enclave. El que no tenía pila. El que, una vez con pila, se atrasaba con una velocidad sorprendente. Tal vez se haya parado ya. O tal vez esté ajustado a la rotación de un lejano mundo. El reloj que, rápidamente, fue perdiendo su cobertura dorada. Un reloj decadente. Un reloj maravilloso. Una baratija colgada en el flexo. Sistemáticamente, varias veces al día, lo abría y comparaba las horas. A veces lo adelantaba, a veces no. Los dibujos, las fotos, las cartas, para qué mencionarlo. El Anillo. Sí, con mayúsculas. Tanto tardé en quitármelo... Aquel día, se lo había quitado. Al regalarle la chapa del Árbol de la Vida me fijé. Callé y callé a mi pensamiento también. Silencié la evidencia. El anillo que, muchas veces al día, me quitaba y volvía a poner. Con los dedos de una mano, recorría su superficie interior, buscando el grabado y, por fuera, la pequeña muesca que le hicieron al grabarlo. El anillo que, con más fuerza que el buril, tenía grabadas esperanzas, temores, dudas, voluntad. A partir de ese día, todo lo que significaba desapareció. No me extrañaría, ahora, volver a mirar, entre los dos palestinos, encontrar el reloj y, en su cadena, no encontrar ningún anillo (porque, en la medida en que el anillo representaba lo que representaba, no existe ahora, ¿no?). Aquella noche me lo volví a poner. Pese a las muchas horas sin dormir, si no lo hubiese hecho no habría podido conciliar el sueño en muchas horas, con lo que ello conllevaba. Escuchar Pink Floyd no puede ser tan malo, ¿no? Un poco de The Dark Side of The Moon. Venga, de hecho, vamos a imaginar que arrojo el anillo hacia arriba nada más empezar Shine on you. Y sube, y sube, y sube surcando nubes y finalmente el vacío. Y sigue alejándose, huyendo de estos astros. Y regresa, a una velocidad aún mayor. Y, en el punto álgido de la canción, cae de nuevo a mis manos. Simplemente, insoportable. Sentí todo el peso del anillo como no lo había sentido jamás, aun sin llevarlo encima. Porque sentí que todo se me venía encima. Su piel, más suave que ninguna que mis dedos hayan jamás rozado. Su humedad, más incitante que, bueno, que ninguna que pueda imaginar. Sus labios, suaves, pequeños, erizados en su anhelante apremio. Los ojos, entrecerrados y suspirantes. El cuello, blanco. El escote, obscenamente genial. Su risa iluminaba como los destellos de una campana de cristal. Su voz, cuanto más meditada, más lenta, suave, baja, como los susurros de las hojas de otoño. Todo eso sentí. Y lloré, por supuesto, porque tenía que hacerlo y no lo había hecho desde que me dejó. Nada. Todo lo que había sentido hasta entonces no era nada comparado con lo que se me vino encima en ese momento y perduró algunas semanas. Sentí la fuerza de lo que sentía como algo que me podría convertir en alguien por completo diferente lo que conocía, o sacar de mí aspectos que jamás conocería de otra forma. Una fuerza transformadora. Era una oportunidad, lo sabía. Podía sufrir y hundirme en la mierda. Podía reírme más de todo y convertirme en un cínico, en un bastardo emperador de los sarcasmos negros. Podía encontrarle un sentido estético, o socialmente estético, o estéticamente social, a todo ese dolor. Aprovecharlo, alimentarlo hasta que no me hiciese efecto y vivir de él bajo la máscara de un hijo de la gran puta o de un emo depresivo. Podía aprender rápida y efectivamente de todo eso y convertir la experiencia en una persona más completa, autosuficiente, perfeccionada. Bien, pues no sé lo que hice. Pero sé lo que pasó. Fueron principalmente tres hechos. Grandes, inconcebiblemente grandiosos. No en orden cronológico ni de importancia: en primer lugar, Álex. Sus palabras. Sus pocas, breves, palabras. Justas, precisas. Las que tenía que pronunciar, desde lo alto, no como un padre, ni como un maestro, sino como un igual. Aún no sé cómo agradecérselo. En segundo lugar, el piso. Ese magnífico, jodidamente genial, piso. En cuanto cruzamos la puerta y nadie nos miraba, los tres nos miramos y sonreímos y las palabras de emoción se nos ahogaron en la garganta. Cambio. Un cambio poderoso y esperanzador como pocos. Y en tercer lugar... el orgasmo cósmico. O, más bien, su descubrimiento. Una parada en el estudio de FLP. Salgo, tomo un café, me compro algo de chicha. Vuelvo y termino con todo, que no queda casi nada. Salgo, de hecho, doy una vuelta. Me encuentro con un tablón. Me suena. Claro, Lorena consultó algo en ese tablón. Sigo adelante, bajo unas escaleras. La cafetería está cerrando, joder. Subo. Miro otra vez el tablón. Hum, arte egipcio. Sonrío. Cuento monedas. Me sobra. Entro, le digo el número y me llevo los apuntes. De vuelta al enorme corredor, saco un café de la máquina y una guarrería genérica de la máquina de al lado. Me siento. A un lado los apuntes y en las manos el ardiente vaso de plástico. Y entonces lo veo. Veo las motas de polvo cayendo y alzándose. Parecen partículas doradas, casi los pequeños cúmulos de moléculas de una nebulosa antes de contraerse y colapsar. El movimiento browniano las agita, las conmueve, las estrella entre sí a cámara lenta y las arrastra de un lado a otro del haz invisible que les arranca esos destellos. Miro a mi alrededor. El corredor, monstruoso. A lo lejos, las estatuas. Enfrente, la biblioteca, con sus miles y miles de libros que ansío devorar. Sigo bebiendo café. Orgasmo cósmico, te encontré. Si no termina aquí la decrepitud, tal vez sea, justamente aquí, donde empiece. Pero tengo claro que siempre andará conmigo, iremos de la mano. Porque el orgasmo cósmico depende de ella para subsistir. Esas motas de polvo eran pequeñas partículas desprendidas de la escayola de las estatuas, de la pintura de las paredes, del cobre de las tuberías, de la piel de los mortales... y me dieron la vida. Tal vez Gebrechlichkeit me dé la vida también. Y así, en tan poco tiempo, conseguí emprender el tortuoso camino que separaba esa nefasta dependencia de la también fatídica dependencia que estoy desarrollando ahora. Pero es completamente distinto. Ahora estoy intentando encontrar la fuente en algo distinto. En todo lo que hay fuera y en todo lo que hay en mí. Me quedo con la sensación, negra, fatal, maravillosa y genial, de que esa fuente podrías ser tú. Por entero tú. De que tú podrías ser el origen y el fin, de que serías tú el vibrante anillo de oro al rojo vivo. El Ouroboros del que coger toda la energía que me falta para vivir. Pero me has convencido bien de que no lo eres. Me lo creo. No importa, ya he encontrado otras fuentes. Sólo puedo esperar que todos vosotros lo hagáis también.

Comentarios

  1. Y así una vez más, con un simple esbozo de su pluma, el maestro demostró por qué en su corazón hay tinta y en sus dedos hay prosa.

    5205 siempre estará con vos, mi sensacional amigo.

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  2. Sinceramente me frustra y me alegra leer eso.

    Me frustra porque ya no sabemos de que manera sacarte de tu casa, tal vez no hayamos encontrado las palabras mágicas o tal vez simplemente ya no tenemos el poder de adquirirlas.

    Me alegra, ¿hacer falta el decir el "por qué"? por ese orgásmo cósmico, por esa esperanza de cambio con la cual no te arriesgas, sabes que sadrá bien porque los conoces, porque te adoran como les adoras.

    He de decir que es de las cosas más bonitas que te he leido, sobre todo la parte de Pink Floyd y el anillo. ¿Sabes? por un momento te imaginé sobre una piscina, sangrando... o tal vez sentado en un sillón, sin cejas, apático...
    Bueno, puedo decirte que, también he pasado por ello, sólo que en esos momentos mi morfina es Radiohead.

    Espero que no te tomes a mal lo que te he dicho de nosotros, no es un reproche, si no indico desesperación por nuestra parte... Aunque al final tengamos que resignarnos. Yo también espero un gran cambio en mi vida con ilusión, espero que me salga la mitad de bien de como te ha salido a ti :)

    un beso, Rafa

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  3. Pf. Odio leer esto, ¿sabes? y la odio a ella, puede que más de lo que la odias tú, y si no, la odio de forma diferente. La odio por lo que te ha hecho. Cada vez me creo menos eso de que "no hay mal que por bien no venga".

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  4. ¿Qué decir? Me alegra mucho leer esas dos últimas líneas, que lo tengas claro.

    Por otro lado, como dice Elvira, no me gusta que estés encerrado, pronto el verano acabará y cada uno volveremos a nuestros respectivos estudios, pero al fin y al cabo es tu decisión, y la respetamos.

    Mucha suerte, señorr

    Salut!

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  5. hey, hola.. que tal?? pues si, soy estefi !! me alegra saber de ti.. bsikos lokillo..

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