A la Luz de las Sombras - [Leda] - III

    Apenas el eco de la luz de la luna iluminaba los contornos de mis aposentos. Veía ante mí el baúl, abierto; al fondo, el escritorio y la oscura silueta del espejo. Sentía la cabeza pesada y casi insensible, pero me turbó la extraña certeza de haber sufrido mucho durante los últimos días de inconsciencia. Ignoraba qué día era, pero la familiaridad de los sencillos muebles y las formas de los muros me reconfortó. Con todo, al poco tiempo cobré la seguridad de que aquella no era la segunda noche que dormía allí. Me incorporé, primero, con gran esfuerzo y más tarde me levanté y salí del lugar. Recorrí a oscuras los corredores y las cámaras que no habían sido cerradas por los guardias. Pensé que fue una suerte no haberme encontrado con ninguno. No estaba seguro de querer saber qué había ocurrido o cuánto tiempo permanecí en cama.
    No vi nada inusual. Ascuas en los hogares del salón, tenues columnas de humo alzándose de las chimeneas de las dependencias de los siervos. Desde un pequeño ventanuco, atisbé la oscuridad en que se hallaba sumida la plaza de armas y las puertas de la capilla y el puente levadizo cerradas a cal y canto. Volví a mi cama, sintiéndome más fresco y sano a cada momento. Justo antes de cerrar los ojos, recordé. Me levanté de nuevo y fui al baúl para sacar los amuletos. No estaban allí. Maldije en silencio y después de perder demasiado tiempo llendo y viniendo en el silencio de la estancia, accedía a acostarme y ver qué traía la mañana.

    Ya estaba allí desde antes que se despertara. Sentado en la silla del escritorio, escudriñándole bajo la difusa luz grisácea de la madrugada.
    -¡Ah! Ya despiertas -dijo con una alegría que contrastaba con la aspereza de su voz, voz de anciano-. Esperaba que despertases pronto.
    -¿Quién... quién eres? -inquirí, forzando a mi mente a despertarse a toda velocidad.
    -He estado cuidando de ti todos estos días de... indisposición. Parece que los vientos del Este te han favorecido -sonrió el desconocido.
    Miré a mi alrededor en silencio. Todo seguía como la noche anterior. El recuerdo de Leda apareció como el destello del cuchillo entre los ropajes del desconocido.
    -Iban a ser los médicos del Duque los que iban a cuidar de ti, pero yo le convencí personalmente para que me dejase hacerlo por ellos. Me costó convencerle, por supuesto -suspiré de alivio al comprobar que no era un cuchillo lo que sostenían sus manos, sino un atajo de objetos, de colgantes, piedras pulidas y pequeños artefactos unidos con un cordel-. Pero todo indica que soy muy convincente -de nuevo esa sonrisa cálida.
    Profundas arrugas cruzaban su piel limpia y de un color indudablemente sano. Su ligera ropa, muy parecida a un hábito, no ocultaba unos miembros desgarbados y ágiles para su edad, que debía ser mucha. Tenía una melena corta y entrecana, que tenía pulcramente peinada hacia atrás. Con un suspiro, se levantó y se acercó a la cama.
    Siguió mi mirada, que fue de sus ojos a los amuletos que acariciaba entre sus dedos; al menos la tercera parte de ellos eran míos, inconfundiblemente míos.
    -Antes de que empieces a hacer preguntas -comenzó el anciano-, no te preocupes, no hay nada de qué preocuparse. Los médicos iban a cuidar de ti aquí mismo. Les acompañé los primeros días, durante los que tu vida pendía de un hilo y no parecía haber recuperación posible. Tenías todo el cráneo fracturado, habías, incluso, perdido pequeñas partes de cerebro. Cuando vieron que no podían hacer nada por ti salvo mantenerte a base de líquidos y desinfectar las heridas, me ofrecí a vigilarte por las noches, sencillamente porque no tenía otra cosa mejor que hacer. Los hombres de mi edad dormimos poco y agradecemos el ofrecimiento de algo que hacer por las noches que no sea el interminable revivir de los remordimientos y de los viejos recuerdos. A veces, uno desea... -cambió su apacible expresión por una de profunda melancolía, agitó la cabeza y continuó-. Perdona, joven. Quiero decir... Aproveché las noches para seguir con mis estudios aquí mismo, en tus aposentos, mientras vigilaba tu estado. Con la esperanza de encontrar algo de tinta, pues a mí se me acabó hacía tiempo, abrí tu baúl y, en fin, sabes qué me encontré allí. Francamente, joven, fue un error dejar los amuletos tan a la vista -dijo, meneando levemente la cabeza.
    Rodeó la cama y fue a sentarse en un pequeño taburete junto a la cama en la que aún seguía, incorporado y expectante.
    -Los reconocí de inmediato, pues estoy versado en el tipo de conocimientos que rodean estos objetos, aunque no tanto, diría, como tú -sostuvo en alto los artefactos y los contempló con mirada experta-. En efecto, daría todos los que yo he encontrado o fabricado por poseer la mitad de los que tú tienes -rió amargamente-. Pero ya no tiene sentido para mí. Son conocimientos que se acumulan como libros viejos. Son sorprendentemente valorados cuanto más inaccesibles son pero, nada más poseerlos, pierden todo su valor, todo su carisma -dejó los amuletos sobre la sábana, a mi lado-, todo su poder. Ya no me interesan, puedes quedártelos todos, los tuyos y los míos. Como te decía, los guardé todos a buen recaudo en cuanto los encontré, pues no podía esperar que los médicos o cualquier doncella supiera tenerles el respeto que les tengo yo, ya sea por despreciarlos y arrojarlos al foso o por la hiriente necesidad que tienen algunos de declarar herejes a todos los que conocen ciertos secretos. No importa ya, aquí los tienes, guárdalos mejor que hasta ahora, por favor, pues además de respeto les tengo cariño. Me han acompañado gran parte de mi vida.
    >>Casi se me olvida decírtelo. Debes preguntarte cuánto tiempo ha pasado. Han pasado exactamente siete días desde el incidente. Tu recuperación ha sido francamente impresionante, supongo que está relacionado con el poder de estos objetos.
    -¿Qué ha sido de Leda?
    -Oh, perdona, no te había dejado hablar aún -rió de nuevo el anciano, su rostro iluminado por una sonrisa sincera-. Pero, ¿de quién estás hablando?
    -De la invitada del Duque -nada más pronunciar estas palabras, caí en la cuenta de que en ningún momento me dijo Leda qué hacía ella en Amaurot. Por lo que sabía, tan probable era que hubiese nacido allí como que, en realidad, nadie más que yo supiera que había estado en esos mismos corredores y cámaras.
    -No sé quién es esa mujer, joven. Te ruego me disculpes, mi memoria me falla, espero lo comprendas.
    -Claro, claro, no hay problema. Me habré equivocado. Tal vez el cansancio...
    -Quiero volver a hablar contigo -interrumpió él-. Me gustarías que calmaras mi curiosidad acerca de un par de asuntos -echó una ojeada a los amuletos y después me miró con complicidad.
    -Por supuesto, cuando gustes -asentí.
    Me levanté, di un abrazo al anciano en señal de gratitud y juntos fuimos al salón a dar la noticia de mi pronta recuperación.

Comentarios

  1. malvada Leda ¬¬

    el trascurso de la historia me recuerda a un rol :3

    estoy enganchada

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. cosa, cosa. No entiendo el cambio de persona en el párrafo "Ya estaba allí desde antes que se despertara. Sentado en la silla del escritorio, escudriñándole bajo la difusa luz grisácea de la madrugada. No debería ser ... antes de que ME despertara... escudriñándoME, etc? ilumíname, Rafa!


    dios, dios, sigo LEYENDO! por chtulu, que se me van a salir los higadillos.

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