Canto de Prometeo [Secunda] - XI

    El estridente quejido de las chicharras amplificaba la sensación de calor. No había movimiento, ninguna clase de movimiento. El aire seco y ondulante no se movía. Las hojas de los innumerables árboles parecían embebidas en petrificado ámbar. Tras la ancha entrada, un pequeño recibidor en sombras. Allí, se detuvo para curiosear los anuncios colgados en un tablón. Había varios gatos, que erraban entre la penumbra y el ardiente lecho de luz.
    Tenía media hora. Paseó entre mármol, cruces de alabastro y de metal, monumentos y abigarrados árboles centenarios. Longevidad. Se veía rodeado por la decadencia y la decrepitud sin límites. El color de las flores y la textura de las lápidas era más dolorosos cuanto mejor conservados y limpios estaban. No necesitaba invocar imágenes de nubes negras, lluvia o aire gris. El calor ajaba el mármol, el viento seco desgastaba los relieves, la luz cegadora ajaba las fotografías y los epítetos.
    Sonó el móvil. Salió del cementerio con paso ligero. A los cinco minutos, ya se encontraba ante la calidez de rostros conocidos y voces alegres.

Comentarios

  1. Pfffffffff el párrafo central es una puta obra maestra, nene

    The show must go on, asique que haces que no estás escribiendo??

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