Canto de Prometeo - IV

     -¿Cómo puedes vivir así? -le preguntó, entrecerrando los ojos levemente maquillados desde su cómo asiento en la cama.
     Él sacudió la cabeza, aturdido. Habían pasado varios minutos en silencio, cabizbajos, como asimilando lo que habían hablado. Él había insistido una y otra vez en la imborrable marca del egoísmo, la crueldad y la maldad que sacude a todos los hombres, mientras ella callaba y, finalmente, aguardaba durante su búsqueda de razonamientos.
    -¿Cómo?
    -Cómo puedes vivir sabiendo que las siete mil millones de almas que te rodean son malvadas por naturaleza. Crees que si no te hacen daño es porque creen conocer una manera de que tu existencia les beneficie. Pasaré por alto los remordimientos, la moral, el altruismo, todo. Pero, ¿por qué creer eso? De forma natural, no tendemos hacia el bien ni hacia el mal. Salvajes, seguiríamos el curso de la naturaleza, y para la naturaleza no hay bien ni mal, ¿no?
    -Sí, el buen salvaje, el niño feral, por supuesto. No tienden hacia el mal sencillamente porque no conocen a otras personas. Cuanto más contacto con las personas, más probabilidad de desarrollar su egoísmo y su ira.
    -¿No sería así también para la bondad, la compasión?
    -¿Y en qué manera no están relacionadas con la elevación de la persona, con el reconocimiento social que aportan los buenos actos, más que el hacer bien?
    -Arg, eres demasiado ácido.
    -Pero creo que...
    -No, deja que te diga algo. Queda bien pensar todo eso, ser tan pesimista, por supuesto -calló unos segundos, miró al techo entornando los ojos y volvió a mirarle-. ¿Pero no crees que piensas distinto de los que hay ahí fuera que de los que te rodean? ¿Crees también que Edu, o Carlos, o Ana, o yo, te haremos daño, somos malignos y Hitlers potenciales?
    -¡Tal vez! ¡Tal vez! -dijo él, riendo a carcajadas-. Quién sabe, cuando Edu termine políticas, en qué tipo de monstruo se convertirá.
    -Es lo que te digo, no hablas en serio porque no lo crees.
    -No, no hablo en serio porque no os conozco, pero me conozco muy bien a mí.
    -Entonces, ¿generalizas a partir de ti?
    -Puede ser, ¿quién no lo hace?
    -Pero, ¿qué piensas de ti? ¿te crees amoral? ¿depravado? ¿pedófilo, asesino quizás?
    -No, supongo que nada de eso. Pero dañino tal vez, en cierto modo.
    -¿Me harás daño? -preguntó Clío, abriendo sus ojos enormes y húmedos a la vez que se adelantaba sobre la mesa.
    -Tal vez, tal vez -susurró, acercándose a ella, acercándose a su boca abierta, a sus labios rojos.
    Un instante de paz, de silencio absoluto, de tenue luz blanca, de aroma de incienso, de pelo negro y mirada intensa y sostenida.
    -Fóllame -dijo Clío con un hilo de voz.

    -Por ejemplo, este té.
    -No me jodas. Es sólo una taza de té barato.
    -No, no, no, no -rió ella-. ¡Es mucho más que eso!
    Estaban ahora sentados a una mesa de su cafetería predilecta. Sillas y mesas y estanterías de madera oscura, varios pianos de pared y alguno de cola, jazz melancólico y ligero sonaba a todas horas. Siempre había sitio libre a esas horas, siempre había algo nuevo que pedir. El té y el café lanzaban sus pequeñas volutas de humo e iban a perderse entre los pesados volúmenes de una enciclopedia de filosofía de la estantería de al lado.
    -Tú haces que sea mucho más. Tus ojos, tus manos, tu pelo. Todos esos libros. Las parejas del fondo, detrás de mí, el camarero que, cuando no tiene otra cosa que hacer, hunde la nariz en 'El Crepúsculo de los Ídolos'. Por todo eso, este té se ha convertido ahora para mí en un símbolo.
    -En un símbolo de todo lo demás...
    -Exacto, incluído el té mismo. No está tan malo...
    Él asintió y dejó viajar su mirada desde los libros hasta las lámparas, después al viejo violín, a la gramola y finalmente al su cuello pálido y pulsante. Su escote sinuoso y su barbilla dura.
    -¿Cómo llamas tú a todo esto? -dijo de pronto Clío.
    -¿Perdón?
    -Yo llamo a todo esto Earl Grey. ¿Cómo lo llamas tú?
    -Ah, esto... -miró ahora, durante un segundo apenas, su taza de café solo, humeante y burbujeante. No lo dudó en absoluta, tan solo buscaba la tonalidad adecuada. Volvió a mirarla-. Felicidad.

Comentarios

  1. Me encanta. No tengo palabras.

    ¿Sabes? Clío y él a veces, tienen conflictos sobre el altruísmo dentro de mi. Pero definitivamente, me identifico más con ella, aunque la pobre sufrirá mucho con la gente, a mi parecer.

    Me gustan ese tipo de historias de personas que vuelan con alas mágicas.

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